Huracán
In Huracán, our dear friend, talented artist and writer Liliana Merizalde explores the delicate balance between strength and fragility in the natural world. Her poetic reflections remind us that even in the most turbulent times, it is the smallest acts—like greeting a tree named Gustav—that ground us in meaning and connection.
Gustav
“Pero recuerda que el viento es del reino del tiempo...”
Estos días todo se mueve fuerte: las tejas se caen, los vidrios se rompen, los árboles llueven. El viento se copia del mar aunque el mar se mueva por el viento. Las señoras-gato gritan por la ventana como si el mundo no se hubiera acabado ya.
Me pongo en la ridícula tarea de llevar una gallina rosada de cristal en el bolsillo. La envuelvo en una bolsa de pan y me dispongo a atravesar esa fuerza fundamental e invisible mientras dos perros me tironean cada uno hacia su lado.
Me digo que si la gallina llega intacta en medio de tanta revolución algo habremos ganado. Y cuando digo habremos hablo como planta, hablo como pie de señora desconocida, hablo como nevado presente pero distante. Algo habremos ganado si las cosas pequeñas siguen importando, algo habremos ganado si saludo todos los días a Gustav, algo habremos ganado si la fragilidad (sea la que sea) todavía tiene un lugar.
Hace tiempo —y cuando digo tiempo hablo de espacio— que no caminaba en medio de huracanes, y no me refiero al viento. El huracán es esta ilusión: los dictadores se quedan, las bombas siguen cayendo, los niños siguen muriendo. Un día me dijeron que los huracanes tienen ojos; yo siento que tienen como bocas que en vez de tragar escupen.
En el centro está la paradoja, en el centro está la paradoja. La paradoja es un árbol que parece quieto pero no lo está, es el rayo de sol que atraviesa la nube. La paradoja es el huracán, la paradoja es una espiral, la espiral no existe. La espiral.
—Fin—